Authorized Personal Only
El edificio donde trabajo es bastante nuevo y tiene mucho espacio en su interior. No sé cuantos pisos serán, pero en algunos de ellos opera al menos un banco de los muy, muy importantes, con muchísimas oficinas, archivos infinitos, cajas especiales y todo eso. Por lo tanto, las medidas de seguridad allí tomadas son como las que se ven en las películas.
Siendo empleado, tengo una tarjeta magnética que uso a diario para habilitar los molinetes y también para entrar al ascensor. Luego la vuelvo a usar para acceder a las oficinas del 4 piso, que es donde yo estoy. Para salir: lo mismo. No hace falta que la apoye: en todos lados hay sensores láser que pasan de rojo a verde cuando me acerco lo suficiente, aunque la lleve en la billetera. A veces –y con “a veces” quiero decir desde hace tres meses, todos los sábados- juego y digo: “Mantis”, o acerco mi ojo al láser, o apoyo el pulgar derecho haciendo de cuenta que soy un científico que accede a lugares de máxima seguridad debido a que en los registros se reconocen sus huellas digitales, retina y/o voz. No creo que vaya a cansarme de ello, nunca.
Sin embargo, antes de pasar por todo eso, tengo que someterme a otro procedimiento. Si bien ya no me hacen caminar por un detector de metales, porque el efectivo de seguridad se hizo a la idea de que soy inofensivo, mi mochila nunca se salva de que le saquen una radiografía. La coloco sobre una cinta mecánica, pasa por un coso metálico y en un monitor aparece, a ojos del curioso vigilante, el interior de la misma. O sea: una cartuchera, una agenda, un anotador lleno de apuntes y fotocopias del laburo, la “Guía T de bolsillo”, una botella de agua vacía y –ocasionalmente- un paraguas. Imagino que debe estar desilusionándose. Porque, digo, todos los días esperando ver algo interesante y yo le caigo con esas porquerías. A veces también incluyo un Tupperware con un sánguche o empanadas, pero…
En fin, me tienta la posibilidad de aniquilarle la rutina. Y no me refiero a entrar con el revólver de mi abuelo debajo de la campera y hacerle burlas desde el otro lado de los molinetes a la voz de “¿Adiviná quien se quedó sin trabajo?”, sino a otra cosa. Algo por lo que no se me pueda llevar a juicio. Estuve pensando en hacer -sobre un cartón corrugado, con alambre blandito y letra cursiva- un cartel. Me llevará un par de horas del domingo, pero imagino que cada minuto de labor valdrá la pena. Lo que no se me ocurre es lo que podría escribirle. Tiene que ser algo breve y no demasiado ofensivo. Pero que tampoco sea lo suficientemente insulso como para pasar inadvertido. Había pensado en “me gustás, papito” y en “damospena.blogspot.com”, pero estoy seguro de que uds. no van a tener inconveniente en encontrar alternativas bastante más interesantes…