Olor a hombre

Yo por Dentro – Vida Diaria

Mi difunto padre era muy bueno con las reparaciones del hogar, antes de ser difunto. Quiero decir que habiéndose criado en otros tiempos (mas allá de haber trabajado una pequeña parte de su vida en una carpintería), no tenía un blog pero sabía cambiar cueritos, mosquiteros, cañerías, reparar cerraduras, realizar instalaciones eléctricas, arreglar enchufes, revocar, soldar… todas esas cosas. De él, (además de heredar cierta apariencia de mansa tranquilidad y el sentido del humor) lo único que aprendí fue lo que me importaba: a hacer asado con leña. Haber sido el único alumno en 5° grado capaz de hacer “un fuego” y asar a la perfección un lechón entero me hace sentir orgulloso de mi pasado. En esas cosas descansa el alma.

Pero ocurre que me encuentro actualmente haciendo algunas remodelaciones en mi casa, la cual pasó buena factura de todos esos años de adolescencia y abandono estructural en los que me encargué de cubrir con posters de videojuegos cuanta mancha de humedad hubo aparecido, al punto de empapelar el Universo todo. Y si existe una faceta de mi condición de alérgico/asmático que no puedo controlar, es la que tiene que ver con el polvillo fino. Más que hacerme mal, atenta peligrosamente contra mi existencia. Treinta segundos de exposición y comienzo a sentirme mal. A los cinco minutos, el moco corre como agua cayendo directamente al piso, y me cuesta respirar sin forzar el pecho. Veinte minutos más y ya estoy arruinado, en condiciones de pedir médico y que me den dos días de cama y reposo. Eso me hace sentir niñita.

Pero por fortuna, desde ayer estoy reparando el piso, colocando el parqué. Mientras escribo estas líneas, aún puedo ver debajo de mis uñas pequeñas manchitas de brea, y el dedo morado a causa del furibundo martillazo que me supe dar. Permítanme decirles que para un muchacho que suele cuidar sus uñas y manos con crema y calcio, eso es mucho decir. Me siento macho al punto de que podría copular con cincuenta amazonas y usar víboras de cascabel vivas en lugar de preservativos, todo esto mientras conduzco un camión cubierto con cráneos humanos.

Imagino que a este paso, no tardaré mucho en saber de que se trata eso de “cambio de correa”, “rectificación” y “alineación” que a veces veo escrito en la puerta de los talleres mecánicos.

*artículo editado