¡Que lindo!
Yo por Dentro
Los primeros años de escuela son muy importantes en la vida de todos, porque creo que entonces es cuando uno se forja para lo que vendrá (pregúntenle a Alfredo), teniendo trato con otros mortales de la misma edad y similares características, por lo menos, sociales. Allí también un niño comienza a ser juzgado y jerarquizado. O si no el niño, al menos sí lo son sus obras.
Recuerdo alguna vez haber tenido que hacer un dibujo o collage para una exposición conmemorando el aniversario de la muerte o el nacimiento de la poetisa Alfonsina Storni (por el simple hecho de que mi escuela se llamaba “Escuela Alfonsina Storni”). Por aquel entonces contaba yo con siete u ocho años y muchas ganas de impresionar a la maestra. Nunca me costaron mucho esfuerzo ese tipo de actividades, por lo que en unas pocas horas preparé un collage bastante decente, en el que se veía a la poetisa pintada en témpera, luchando contra las olas de brillantina y papel crepé, asomando apenas sus brazos y su rostro, feliz, por cierto. Hacia un costado, una suerte de playa hecha con arena y pedacitos de caracol pegados con Plasticola remataban el asunto.
Llegó el día de la exposición. Todos estábamos parados junto a nuestros trabajos cuando los padres comenzaron a llegar. Y todos los padres, sin importar la técnica o mejor dicho, la falta de ella, alababan las obras correspondientes a sus niños como si todas fuesen excelentes. Dos o tres compañeros habíamos hecho muy bien las cosas, pero algunos de los dibujos eran tan feos que podrían haber hecho que la Madre Teresa perdiese la fe en la humanidad toda con tan sólo verlos.
¿Cómo vamos a mejorar como sociedad si los padres felicitan a sus hijos por cualquier mamarracho? ¿No sería mejor decirles: “Mirá, Ramirito, valoro tu esfuerzo pero ese está mucho mejor, tendrías que esforzarte más para la próxima”? Si se muestran impresionados por tan poco, el pibe no va a creer necesario apuntar a más. Nunca. Y después se va a quejar diciendo que no le queda otra más que afanar o hacer piquetes.
Algún día, cuando me toque ir a las exposiciones de mis hijos (la primera seguro va a ser en el Jardín de Infantes), yo voy a hacerle un bien a la sociedad. Aprovechando un momento en que sus padres estén distraídos con la maestra, me voy a acercar al nenito que haya hecho el peor estropicio artístico. La conversación va a ser en tono bajo:
-Hola, ¿este dibujito lo hiciste vos?
-Sí
-¿Y para vos ese es un camión de bomberos? Preferiría morirme quemado antes que ser salvado por este “mierdomóvil” o como se llame…
Va a ponerse a llorar. Pero también va a aprender. Yo me voy a escabullir antes de que los padres puedan darse cuenta del favor que les hice, impulsando al párvulo hacia tiempos mejores. No espero reconocimiento, llámenlo humildad, si quieren.
*La idea original de este post se la robé en un descarado 80% al mejor de todos: Scott Adams. El otro 20% se lo debo haber robado a otro del que ni me acuerdo.
Canté pri! Again!!
Con esa clase de presión, los pibes en vez de querer mejorar se van a querer suicidar por no poder alcanzar nunca el standard establecido por sus padres (en este caso vos).
Cuando tengas un hijo, hablamos...
Chauchas y palitos...
PD: avisame a qué jardín lo vas a mandar, just in case.
Al paso que viene la educación, probablemente termine enseñándole yo, en casa, a la vuelta del laburo.
Porque pagar una fortuna en un privado para que mi muchacho me diga algo como: "rescatate, Gato", bueno, es algo que no voy a hacer.
No estoy de acuerdo. Para nada.
El talento artístico -si asi queres llamarlo- no se aprende, se nace con eso. Se puede mejorar -mucho- con ayuda quizas.
Y siendo padre, madre o docente tenés que estar orgulloso de lo que haga el chico sea lindo o feo porque reprobándolo con una cosa así lo podés frustrar en otras cosas por el resto de la cosecha. Hacer un buen dibujo no hace mejor a una persona y esa es la clase de formación que hay que valorar de la escuela (y la familia, obvio): que les enseñen a ser personas.
No estoy para nada de acuerdo con los insultos o agresiones verbales.
Simplemente, bastaría con decirles (con voz suave) "Así no es un camión de bomberos, ¿entendés corazoncito?"
Y dejarles BIEN CLARO que uno volverá y que intente hacerlo mejor para la próxima, todo dicho mientras se le dan fuertes coscorrones (muy fuertes, no sea cosa que crea que es joda), o se lo sacude bien a ver si así se le acomodan las ideas desde chiquito.
Después si, salir corriendo; nunca faltarán los padres inconcientes e injustos que salten a defender a esos futuros delincuentes.
Mi madre cree que aprendí a dividir por dos cifras debido a un coscorrón que me dió mientras yo lloraba por no entender ni jota del asunto.
Y lo cuenta orgullosa, la muy cromañónica. Porque aprendí.