domingo, marzo 27, 2005

Unos pican en la cara.

Yo por Dentro - Madre Naturaleza - Guías, listas, manuales, etc.

Alérgico asmático como soy, poseo una tolerancia limitada ante ciertos estímulos (bruscos cambios de clima, polvo, humo de cigarrillo) y dolorosamente nula ante otros (espirales, inciensos, y tabletas insecticidas). Estos últimos son los que me llevan a escribir lo que sigue.

Agradezco que el otoño haya arribado trayendo consigo un clima fresco y húmedo, más adecuado a mis intenciones respiratorias. Pero atesoro aún más el hecho de que se vayan los mosquitos. Como se imaginarán, mi batalla nocturna y veraniega contra tales seres no es un paseo por el parque. Quizá resulte esto divertido a los sanos ojos vuestros, pero es factible que haya enfermizos como yo entre quienes leen el blog, así que aquí dejo mi estrategia de batalla, la que uso desde hace aproximadamente un lustro a la hora de dormir.

Primero: Reconocimiento del enemigo. Al mosquito (o mejor dicho, “mosquita”, ya que los machos se alimentan de jugo de flores, y únicamente las hembras pican porque necesitan de las proteínas de la sangre para procrear) no se lo debe subestimar. El hecho de que sean chiquitos no los pone en inferioridad de condiciones. Muy por el contrario, si midiesen al menos unos veinte o treinta centímetros, uno podría usar el revólver o un bate de béisbol. No es la picadura lo que verdaderamente molesta, sino el zumbido en orejas, boca y nariz, además de los cosquilleos en brazos y piernas. Llega un momento en el que la batalla se vuelve personal, no debemos dejar que el mosquito nos saque de quicio: ese es su juego.

Segundo: Reconocimiento de las propias falencias y artillería. ¿Con que armas contamos? ¿Cuales son nuestros puntos débiles? A causa de la calor, nuestra ropa es poca o nula, por lo que ofrecemos un blanco fácil. Taparnos con las sábanas hasta la asfixia es una estupidez insuficiente, que queda descartada. Podríamos echar mano de un ventilador (caballería), pero para un alérgico asmático de los buenos, dormirse con el acondicionador de aire o ventilador puesto es equivalente a jugar a la ruleta rusa con una ametralladora. Los aceites repelentes también deben ignorarse, ya que al mezclarse con nuestro sudor, nos harían imposible el sueño debido al repugnante pegoteo. Nuestra única ventaja es nuestra inteligencia superior, y vamos a usarla.

Tercero: Reconocimiento del campo de batalla. Todo está oscuro y silencioso, porque se supone que uno quiere dormir. Debemos cerrar la puerta de la habitación en la que nos encontramos, de ser posible, o de lo contrario prolongaremos innecesariamente el encuentro cada vez que el enemigo reciba refuerzos. Nuestra cacería no será visual, sino auditiva. El ruido que hagan los desgraciados revelará su posición; la nuestra es obvia: horizontal sobre una cama (en mi caso, es en mi habitación, en un lecho de una plaza, pero esto también sirve si tenemos un/a compañero/a de cama comprensivo/a que nos acompañe en la trifulca.

Cuarto: El ataque. Si se lleva a cabo con precisión, durará menos de cinco minutos; eso sí, requiere de paciencia. Nos cubriremos con una sábana hasta la cintura, recostados y dejando al descubierto nuestro torso y nuestros brazos, éstos ligeramente elevados y con las palmas de las manos hacia arriba. Sí, nos convertiremos en un cebo irresistible. Con calma esperaremos por el momento en que uno de nuestros agresores se arroje sobre nosotros, posándose con ruido y luego silenciándose. ¡Ese es el momento! Ese pequeño silencio indica que su pequeña trompa aguijonada está chupando o buscando dónde enterrarse. Contendremos la respiración, esperaremos a sentir el ”piquete”, y dando un latigazo con el brazo que nos resulte más cómodo, le abriremos las puertas del Infierno al díptero, dándole en toda la madre. El golpe debe ser aplicado con la palma de la mano, haciendo gala de más precisión que fuerza.

Por último, debemos asegurarnos de que el cuerpo de nuestro adversario yace sobre el nuestro. Con la sensible yema de un dedo, y sin abandonar nuestra posición, buscaremos los sanguinolentos restos mortales de lo que alguna vez fue un insecto díptero. A veces los despojos caen a la cama; en ese caso, el absoluto silencio será lo que nos señale la victoria. El ataque debe repetirse cuantas veces sea necesario, hasta eliminar al batallón completo. Usualmente, las unidades constan de un máximo de seis o siete unidades, en el campo de batalla ya mencionado. Es importante estimar sin errores el número de tropas enemigas, ya que a veces uno cree que ha acabado con todos, y a los cinco minutos vuelve a escuchar el maldito zumbido.